VIDA ANTES QUE MUERTE, RESILIENCIA ANTE TODO

Mi historia comienza muy joven.
Como cualquier niño de cualquier otra época, nacido en 1942, fui a la escuela, en lo era entonces la facultad de magisterio. Como en cualquier otro tiempo, tuve a mi familia, mi educación, mis propios profesores, que recuerdo eran los propios alumnos de la facultad, todo que podría aparentar común a cualquier tiempo. Sin embargo, hubo algo de mi tiempo y solo de ese entonces que me puso la primera piedra en mi camino a mí y a muchos otros niños de entonces, la meningitis.
Con tan solo 9 años caí enfermo de esta terrible enfermedad, que me dejó paralizado durante 2 años de mi vida; 2 años en los que mi infancia se paró completo, 2 años postrado en una cama luchando para que no fueran los dos últimos años de mi vida y en los que poco más podía hacer que ver el mundo pasar atrapado en mi casa, impotente.
Por suerte, tuve una doble fortuna que me salvó de morir, los cuidados de un ilustre grupo de estudiantes médicos y, no menos importante, los recursos de mi familia. Un medicamento nuevo de ese entonces, la estreptomicina, que venían a mi casa a suministrármela los estudiantes del doctor Guillermo Arce, consiguió no solo que sobreviviera, sino que pudiera retomar mi vida anterior tras años de incapacidad de la meningitis y poder recuperar mi vida normal de antaño tras dos años eternos de incapacidad. Sin embargo, esas mismas agujas que me salvaron en su momento, tendrían una consecuencia devastadora muchos años después.
Por otro lado, muchos niños como yo no tuvieron la suerte de vivir para contarlo, tanto es así, que perdí a un amigo de mi clase por culpa de esta enfermedad. Precisamente, lo otro que me permitió vivir fueron los recursos de mis familiares, quienes, con su dinero, dieron de sí para pagar esas inyecciones sanadoras, las mismas que compraban en la ya antigua farmacia de la Peñuela de Blas. En definitiva, sin ninguno de estos 2 factores podría estar aquí hoy ni haber disfrutado de mis más de 80 años de vida, 2 factores determinantes que yo tuve la suerte de poder contar con ellos y seguir adelante; pero esto no fue así para todo el mundo.
Recuperado, pude retomar mis estudios, ahora en el Colegio Menéndez Pelayo, ubicado en la Casa de las Conchas. Allí hice el bachiller elemental, un lugar que albergaba una historia sin igual. Posteriormente pasé al instituto Fray Luis de León para el bachiller superior.
Una vez terminada esa primera etapa educativa, pude pasar a la universidad, al Graduado Social, cumplimentando esos 3 años de carrera (de 1961-19664) con el servicio militar en Zamora.
Con mi carrera terminada, conseguí un puesto de trabajo en la empresa de cristalería La Veneciana. Aunque no sufrí ningún problema de salud en los primeros años, un evento estremecedor en España supuso otro reto para mi persona. Acostumbrado a tener un trato cercano con mis clientes, un día de febrero de 1981 me dispuse a hacer un viaje de ida y vuelta a Zamora y León, para tratar asuntos de negocios con algunos de estos. Me encontraba en Benavente, volviendo de La Bañeza, con el último cliente que me tocaba antes de volver a Salamanca, Gerardo. Allí recibimos la noticia de un incidente sin igual que estaba ocurriendo en Madrid, y es que no era un día cualquiera de febrero de 1981, sino el 23-F, el día del golpe de estado de Tejero. Nos quedamos paralizados, nos encontrábamos ante la incertidumbre de lo que pasaría en toda España; el ejército, las autoridades, todo era caos y no sabía si estaba seguro yendo a Salamanca, ante el miedo de encontrarme con el ejército. ``Eduardo, quédate a dormir aquí en Benavente´´, fueron las palabras con las que Gerardo intentó convencerme para pernoctar en su casa y así no correr ningún riesgo. Era la opción más segura, pero a pesar de ello, lo rechacé. No me importaba el peligro que pudiera acechar la carretera de camino a Salamanca, sólo quería volver cuanto antes para estar con mi familia y tener la calma de que todos íbamos a estar juntos a salvo

EL PRIMER TROPIEZO

Ya había alcanzado mis 50 años de vida cuando comencé a notar que algo no iba bien, cada vez me costaba más oír a mis compañeros, constantemente le tenía que pedir a mis clientes que me hablaran en un tono de voz más alto para poder entenderles por teléfono, la música y los diálogos de mis pasatiempos como el teatro o el cine no los podía sentir ni disfrutar en toda su esencia; en definitiva, me estaba quedando sordo. Los médicos determinaron que esa misma estreptomicina que me rescató de la muerte había tenido unas secuelas que tardaron décadas en manifestarse hasta este momento.
De manera similar a cuando fui un niño enfermo, mi vida, tanto personal como profesional, se vio truncada, tanto fue así que, por culpa de esta incapacidad para escuchar a los demás, me vi obligado a adelantar mi jubilación a los 60 años allá en 2002. Este hecho repercutió en nuestra economía familiar, pues por culpa de haber podido cotizar los últimos 5 años, durante 3 de ellos recibí un 6 % menos de mi pensión, y a mayores, en los otros 2 fueron, legalmente, como si hubiera estado en el paro. Mi capacidad auditiva no paró de decaer desde entonces hasta el día de hoy, padeciendo ya más de un 90 % de pérdida de audición, un 36 % de incapacidad. A pesar de contar con audífonos que me permiten comprender lo que los que están a mi alrededor me dicen, resulta muy limitante. Aprender a leer los labios se convirtió en algo necesario para mí, además de tener que oír hablar a la gente siempre de frente a frente, pues es la única manera que tengo para entenderlos.
No obstante, me negué a dejar de disfrutar de la vida y de descubrir nuevas cosas, aun con mis limitaciones, y fue cuando, en 2005, decidí ingresar en la Universidad de la Experiencia. Los múltiples cursos a los que asistí, música, biología o historia hasta 2008 me enseñaron mucho, y seguí participando hasta hace apenas 2 años. Me demostraron que nunca es tarde para conocer, para seguir abriéndose al mundo, sin importar la decadencia física que sufriera.

UN NUEVO REVÉS

Corría octubre de 2011 cuando mi mujer y yo viajamos a Madrid para asistir al parto de nuestra hija y conocer a nuestra futura nieta. Durante nuestra estancia me ocurrió algo alarmante, empecé a orinar sangre varias veces. Ante esta emergencia, acudimos al médico, pero, para nuestro asombro le restó importancia a mi caso. Tanto fue así que tuvimos que insistir mi familia y yo mismo para que me realizaran un TAC en busca de algún signo. Finalmente fue así y lo que reveló fue devastador. Quistes en el riñón izquierdo estaban detrás de todo esto y, por si eso fuera poco, me detectaron un aneurisma en la aorta abdominal.
Me vi obligado a someterme a operación después de largos meses de espera, ya entrados en 2012. Ingresé el día de San José y el día 20 de marzo dio comienzo a una larga y sufrida espera de recuperación. Las 8 horas de operación, entre la extirpación del riñón y la del bulto de dicha arteria le siguieron unos 20 días de coma inducido en la UCI de un total de 69 ingresado en el hospital. Fue una operación muy complicada, que se vio agravada, cabe todavía más, por culpa de un trombo en la vena renal izquierda por la metástasis de esos quistes renales. Tanto fue así que me tuvieron que colocar 3 sondas. Una vez más había conseguido prevalecer, pero de nuevo, lo que me curó también tendría un efecto secundario sin igual.
Las secuelas de aquella delicada operación no se hicieron esperar. Un año estuvo afectada mi movilidad hasta que volví a caminar con normalidad, paralizado de nuevo pero aguantando con resiliencia y el apoyo de los míos, el mismo gracias al que pude curarme del riñón, y quizás no por aquel médico despreocupado que me atendió. De nuevo, salvando mi discapacidad auditiva, sentía que podía retomar mi vida cotidiana, pero la vida me puso otro obstáculo al que hacer frente. Estando de vacaciones con mis familia en Benalmádena, me surgieron unos pólipos rectales que nuevamente pusieron trabas a mi movilidad, estilo de vida, e incluso a unos simples días de descanso junto a los míos, por los cuales no me quedó otra que pasar por quirófano otra vez.
Pero eso no fue nada comparado con lo que ocurrió meses después de la operación anterior. Para conseguir extirpar el riñón tumoral, a los cirujanos no les quedó otra que cortar el peritoneo lo cual, unido al espacio dejado por la ausencia de este órgano, desembocó en 2 eventraciones de grandes dimensiones, es decir, se me salieron las vísceras del abdomen.
Lo normal en este caso hubiera sido que me hubieran colocado unas mallas para empujar los órganos salidos y mis intestinos, de vuelta a la cavidad abdominal. No obstante, las mallas de aquel 2012 presentaban un alto riesgo de infecciones bacterianas y rechazo de mallas por el organismo. Ante esto, optamos por evitar la operación y eso me condenó a estar durante años con los estómagos e intestinos salidos, fuera de su posición natural. Aunque no resultaba doloroso en sí, claramente era otro inconveniente en mi día a día sumado no solo a la sordera, sino también a mi hipercolesterolemia y otro problema que llevaba casi una década arrastrando, el marcapasos.
Tiempo atrás, en 2007 mi corazón parecía no dar más de sí, y terminé el año con un marcapasos como implante, el cual tuvo que recibir un primer recambio en 2017 y un segundo hace muy poco, en septiembre del año pasado. Desde entonces, no me queda otra que monitorear mi presión arterial a menudo y estar más pendiente de mi estado de salud.
Así estuve hasta 2020 cuando, gracias a una mejoría en su calidad, ya me recomendaron la implantación de las mallas para deshacerse de esas eventraciones, lo cual llegó justo a tiempo ante el peligro de una posible estrangulación. El doctor Trébol me dijo que prefería programar la operación de la eventración para evitar riesgo a tener que hacerla cuando se me estrangularan. Me convenció entonces de la operación y fue en 2022 cuando se realizó.
Tras una operación de reforma torácica en 2022, mientras me encontraba de rehabilitación en el hospital, una catedrática de neumología, junto a sus alumnas, me estaban observando y me preguntaron si me cansaba a menudo al andar, pues notaron una dificultad en mí para respirar. Investigaron mi estado de respiración y determinaron que padecía de dificultades respiratorias. No quedó otra que permanecer en el hospital conectado a oxígeno durante el postoperatorio. Para cuando regresé a mi casa, me vi obligado a hacerlo con un complemento no deseado, una máquina de oxígeno a la que tenía que estar conectado 17 horas al día, y de la cual dependí desde septiembre, momento de la operación, hasta enero del 2023. Fueron 5 meses largos en los que dependí de un dispositivo para hacer algo tan básico como inhalar oxígeno durante la mayor parte del día. Pero aguanté y una vez más, se superó este tropiezo, y mi vida continuó junto a mi familia y con el mismo optimismo de siempre ante todo.
No eran casualidad estos problemas respiratorios teniendo en cuenta que llevaba desde los 14 años fumando. En mi época de trabajo no era raro que llegara a los 50 cigarros al día. Fue así hasta mi prejubilación, momento en que decidí dejarlo atrás. Mi decisión estuvo motivada por un encuentro fortuito que me impactó. Un día caminando por la calle, vino a saludarme un hombre que no era capaz de reconocer. No fue hasta que me reveló su nombre que lo identifiqué como un antiguo amigo, pero si precisamente no había podido darme cuenta de quién era, en un primer momento, fue por el estado físico en el que se encontraba. Su adicción al tabaquismo, la misma que yo había tenido siempre, le había obligado a pasar por quirófano y someterse a una operación facial, parecía estar demacrado por fuera, por su cara. Todo por culpa de un vicio tonto de adolescencia que le había carcomido tanto su aspecto físico que ni yo sabía quién era. Ese encuentro supuso el empuje definitivo que necesitaba para dejar atrás tantos años de adicción al tabaco.
Una consecuencia de los malos hábitos que tomamos de jóvenes, impulsados por la opinión de los demás y con el sino de caer bien y ser aceptado socialmente, por muy mal hábito que fuera ese.
Otro problema que me surgió hace unos pocos años fue un inesperado cáncer de próstata. A estas edades avanzadas, se volvió costumbre para mí hacer análisis de orina, los cuales estuvieron a cargo del doctor Silva. Entre estos, el del PSA resultaba de los más importantes. Hasta los 78 años (2021) los niveles de este antígeno prostático se mantuvieron en los intervalos normales,pero en ese año todo cambió por sorpresa. En uno de esos análisis, di 4 ng/ml, el doble del límite. Mi médico de cabecera resolvió mandarme al urólogo para realizar una biopsia de próstata, la cual detectó lo que más se podía temer, cáncer de próstata.
La uróloga al cargo me explicó que, a mis avanzados de 78 años estaba fuera y no me podrían operar ``A sus 78 años está usted fuera de protocolo´´. Ante esta imposibilidad,me dieron a elegir entre radioterapia, quimioterapia y reducción hormonal. Tras tantos años de vida marcados por multitud de enfermedades, yo quería buscar ante todo calidad de vida y, en vista a lo doloroso y complicado que eran los dos primeros tratamientos, me negué rotundamente a someterme a cualquiera de ambos y me decanté por la reducción del tumor mediante hormonas. Desde entonces, tengo 2 nuevos medicamentos que monitorizan mi bienestar físico, por un lado el decapeptyl, una inyección intramuscular que recibo cada 6 meses y una pastilla que tengo que tomar todos los días antes irme a dormir, una tamsulosina.

Y PESE A TODO, SIGO EN PIE

Así es como he llegado a día de hoy. Puede parecer que mi vida entera es un cúmulo de vicisitudes y desafortunados eventos en contra de mi salud y mi bienestar físico, alguno de los cuales estuvo cerca de quitarme del camino. Pese a todo, siempre he sabido mantener la compostura y en especial, el optimismo y los ánimos de decir sí a la vida y a disfrutarla con mi familia, con los míos. Nunca me he derrumbado, ha sido difícil, sin duda, pero eso no es razón para rendirse y pensar que todo está acabado. Así lo he demostrado siempre, cuando, tocado por cualquier incidente por el que he pasado, he sabido prevalecer y continuar con mi vida a pesar de todos estos problemas. Estos han definido cómo soy yo, sí, pero nunca les he permitido que lo hagan para mal, todo lo contrario. Todo esto que me ha pasado ha dejado una huella imborrable en mi persona, pero esa huella no tiene por qué ser una sombra de mí mismo, sino que me ha enseñado que en la vida hay que mantenerse en pie ante todo y no dejarse caer ante cualquier inconveniente ni permitir que nos dominen. Siempre se puede tirar para adelante, por muy mal que parezcan estar las cosas y creo que no podemos dejar que nuestros problemas nos dominen a nosotros, sino que nosotros seamos capaces de domarlos para proseguir con nuestras vidas tal y como nos gustaría, tal y como siempre he querido hacer a pesar de todo.

asociacionsadap@AntiSpamTexthotmail.com

641 587 381
C/ Gran Capitán 53-57. Despacho 23
Visit our FacebookVisit our Instagram
Contacta con Nosotros
Copyright © SADAP
Desarrollado, Alojado y Optimizado por SIMAC Mundo Digital SL
Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Configurar y más información
Privacidad
linkedin facebook pinterest youtube rss twitter instagram facebook-blank rss-blank linkedin-blank pinterest youtube twitter instagram