(Fernando Broncano R. (Linares de Riofrío, Salamanca, 1954) es filósofo y catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid. Su último libro es La estrategia del simbionte.  

Los grandes simios son criaturas de la, frontera insinuó Donna Haraway en su intrigante trilogía Simians, Cyborgs and Women (pudorosamente traducida aquí por Ciencia, cyborgs y mujeres). Sostiene la Haraway que nuestra cultura moderna considera que los simios, las mujeres y los cíborgs no son humanos completos, que habitan en un lugar metafísicamente indeterminado entre la naturaleza y la cultura. La ironía resignificante de nuestra autora ha contribuido a descolocar los escalones de la escalera del ser, ha creado habitaciones intermedias allí donde había salones excluyentes y ha logrado que el término “humano” se llene de matices y armónicos.

Cuando la Haraway escribía su “Manifiesto Cíborg” yo era humano, quiero decir, normal, o sea, que estaba normalizado. O por lo menos creía estar en el lugar correcto del mundo. Vamos a ver, en esa zona ancha que abarca desde los WASP hasta los funcionarios del Ministerio de Obras Públicas, normal en cierto modo y dentro de lo que cabe. Humano hasta donde el orden y el recato permiten. Por eso no me importó leer a la feminista con tolerancia y condescendencia posmoderna.  

Todo empezó un día a la salida de una reunión de departamento. Un tontolaba gilipuertas con una cara que me recordaba al batracio Jabba de la Guerra de las Galaxias con cerebro de renacuajo había logrado sacarme de quicio, hacerme perder el tino, revolverme las tripas. No me acuerdo por qué. Bueno, sí, pero no quiero acordarme. Ya había leído a la Haraway, pero todavía no le hacía mucho caso. La tele estaba llena de gente en trajes cuatro tallas mayores, reinaba la movida y todo era broma. Los periodistas de El País, frívolos en una tertulia interminable, escribían como si el mundo fuera feliz. Pero yo no estaba para bromas esa tarde. Me volví a casa aún sin reaccionar, sabiendo que las olas de resentimiento habrían de llegar a las tres de la mañana entre sudores y reminiscencias ácidas. Así que cuando me invitaron al cumpleaños de J. entreví una ventana al olvido y acepté al instante. La noche se fue alargando en conversaciones inteligentes, letras de tango, rock radical y orujo y cerveza. Llegaron las tres de la mañana y la fiesta decaía y las pesadillas no habían comenzado, de modo que me volví a casa. La anestesia parecía funcionar.

Parecía que la habitación girase y girase al despertarme no tendría que haberme sorprendido. Pero el caso es que la velocidad de giro no era normal. Ni la bilis, ni el sentido del fin del mundo. Intenté recordar el número de botellines y no, aquello no podía ser normal. Al cabo de media hora el médico de guardia me diagnosticó unos probables vértigos de no sé quién y me recomendó acudir al otorrino. Así lo hice. Me senté esperando mi turno entre veinte o treinta ancianos que aguardaban algún arreglo a lo que no tiene arreglo y me dije que los vértigos eran al fin y al cabo algo muy aristocrático y hasta intelectual. Grandes escritores los habían padecido. Un síndrome con colores literarios.  

Pero no. Lo primero que me hicieron fue encerrarme en una cabina insonorizada y enviarme ruiditos y órdenes de levantar la mano cuando dejase de oírlos. Al salir, el doctor me anunció con una sonrisa. “Está usted sordo” (o tiene un déficit de audición, o algo así). “¿Cómo?” “Sí, que está usted sordo.” “Ya, ya le oigo, pero no entiendo.” Así me enteré por primera vez de que padecía hipoacusia, o sea, sordera. Después vino una larga serie de pruebas, más audiometrías, potenciales evocados, yo qué sé. Terminé en el distribuidor de audífonos quien, en una larga entrevista, entre ofertas comerciales y consejos, me explicó algo sobre las frecuencias de audición. Lo demás fue mecánica. Recuerdo que al salir a la calle con mi audífono estrenado reparé por primera vez en que las llaves sonaban en mi mano. Me pregunté asustado cuánto me habría perdido del mundo. Lo fui comprobando poco a poco.  

Sostiene David Lodge en su novela Deaf Sentences —los que padecemos esto no discriminamos entre “deaf sentences” (oraciones sordas) y “death sentences” (sentencias de muerte), así que entendemos muy bien el sarcasmo—, maltraducida al español como La vida en sordina, que todo el mundo reacciona ante la ceguera como si fuera una tragedia y ante la sordera en modo cómico. Y sí, nada hay más cómico que un sordo diciendo “¿qué?, ¿qué?”. Pero la realidad es que nada hay tan trágico como ser expulsado del lenguaje a un mundo de indeterminación donde la inseguridad sobre las palabras del otro comienza en las mismas raíces del acto del habla. O saber que la música que oíste y creías amar no era la música que realmente había sonado, que sólo escuchaste la mitad del espectro armónico. O descubrir que estabas en la frontera de los horizontes hermenéuticos. Quizá podrías ser entendido pero tenías un grave déficit de comprensión.  

Los malentendidos que genera este déficit son frecuentes. Algunos son divertidos, hay que reconocerlo, aunque la gracia sólo la tenga para ti cuando logras distancias e ironía. Hace unos días cenaba en casa de unos amigos y una de las personas que me había invitado me preguntó “¿vas a ser abuelo?”; como no vocalizaba suficientemente bien para mí y no había logrado leer sus labios creí entender “¿está bueno?” (refiriéndose al plato, conjeturé). Al responder que sí todo el mundo comenzó a felicitarme, y sólo al cabo de un par de minutos de diálogo de besugos pude recobrarme del susto y deshacer el malentendido. Pero otros son más serios. Ese mismo día volvía a Madrid y en el aeropuerto se anunció que el vuelo estaba desviado y nos trasladaban a otra ciudad y que debíamos acercarnos a tomar un autobús. Los mensajes de altavoz de los aeropuertos y aviones son una de las barreras más habituales con las que uno tiene que pelearse en los viajes. El caso es que tomé el autobús por los pelos cuando reparé en que no había nadie a mi alrededor de quienes esperábamos algún anuncio. Te habitúas a contestar que sí a todo aunque no sepas cuál era la pregunta. El personaje de la novela de Lodge responde que sí a una alumna que le solicitaba algo en el entorno ruidoso de una party para comprobar al día siguiente que había asentido a dirigirle una tesis completamente loca. Te acostumbras (mal acostumbras) a vivir en un malentendido permanente. Te acostumbras a pertenecer al estereotipo del profesor sordo que tanto ha dado de comer a los cómicos. Los significados se convierten en muros que tienes que saltar continuamente para sobrevivir en la selva del discurso y de la acción y sólo te relajan el silencio y la soledad, que progresivamente se convierten en tu lugar de refugio.  

Es cierto que el uso de audífonos logra paliar un poco este exilio a cambio de una molestia permanente, como ocurre con casi todas las prótesis. Fue entonces cuando releí con otros ojos el “Manifiesto Cíborg” de Haraway. Había dejado de ser humano para entrar en la clase indeterminada de los cíborgs. Terminé escribiendo un libro en donde me consolaba afirmando que todos somos cíborgs. Decía allí que los humanos somos seres expulsados de la naturaleza por la cultura, que nuestros cuerpos son producto tanto de la biología como de las técnicas, y que así fue desde que los cazadores del Pleistoceno se rodearon de un entorno técnico para sobrevivir. Ser cíborg produce melancolía, decía. Los que se exilian ya no están allí, pero tampoco acaban de habitar el lugar a donde han llegado. Están entre el pasado y el futuro. No pueden volver y no pueden llegar del todo. Son eso, disidentes irredentos. Todos somos cíborgs. Unos más que otros, pensaba por lo bajo y tras la pantalla del ordenador. No había descendido aún suficientemente en la escala del ser.  

Hace dos años coincidí en un seminario interdisciplinar con Ignacio Martínez, un paleontólogo de la Universidad de Alcalá que pertenece al grupo de Atapuerca. Lo había conocido unos años antes en un tiempo en el que interactué con Juan Luis Arsuaga, cuando me interesó mucho el origen evolutivo de las capacidades semióticas humanas. Estaba yo preocupado por entonces en la diferencia entre seguir huellas (o índices naturales) y crear la categoría de signos, algo que parece implicar una capacidad para organizar información muy heterogénea sobre un objeto o animal no presente, pero que ha dejado rastros variados en nuestro lugar y momento. Llenar el mundo de signos, sostenía yo por entonces, fue uno de los pasos que convirtió nuestra especie en una especie cíborg. Ignacio Martínez trabajaba por entonces en los orígenes del lenguaje, uno de los campos más apasionantes de la Teoría de la Evolución. Como muchos paleontólogos examinaba los fósiles del tracto vocal encontrados en Atapuerca. Contaba su desesperación al no encontrar evidencias suficientes que permitieran comprobar su hipótesis de una evolución parsimoniosa del lenguaje (frente a la aparición milagrosa que proponía la corriente principal de Chomsky y Jay Gould). Demostrar que el lenguaje pudiese haber surgido poco a poco significaría un soporte muy importante para una comprensión darwinista de la evolución. Pero Ignacio Martínez no parecía encontrar el camino entre los huesos del tracto vocal de Antecessor y otros homínidos. Hasta que en un giro genial de su investigación se planteó examinar los fósiles del oído de los cráneos tan bien conservados en Atapuerca.  

Los osículos del oído medio (martillo, yunque y estribo) son los huesos más pequeños del esqueleto mamífero. Se encargan de transmitir las vibraciones desde el tímpano hasta la cóclea o caracol, que conforma el esqueleto del oído interno. La forma geométrica de la cóclea es la que permite que la membrana basilar, que oscila de modo distinto según la frecuencia del sonido, transmita a las células ciliares del órgano de Corti la información que será codificada en impulsos eléctricos y transformada en sonido inteligible en el cerebro. Lo que Ignacio Martínez conjeturó es que leves variaciones en la geometría física del caracol o cóclea permitirían a los animales ser más sensibles a unas frecuencias que a otras. Hubo que hacer una apasionante modelización de estas variaciones y lo que descubrió Ignacio Martínez fue la progresiva adaptación del oído interno a la sintonía con frecuencias altas, más allá de los 4.000 hercios. Su hipótesis es que no existían otras presiones medioambientales para esta adaptación que no fuesen los entornos de vocalización. Las consonantes que nos permiten discriminar los fonemas de los lenguajes humanos se distinguen entre sí por armónicos que incluyen frecuencias entre los 3.000 y 8.000 hercios. La aparición de sonidos de consonantes (sonidos que exigen diversas oclusiones y modificaciones del tracto vocal, a diferencia de las vocales, que se pronuncian con el tracto abierto) hizo posible pasar de un conjunto especializado de gritos y gestos a un lenguaje fonéticamente articulado. El paso exigía una particular adaptación del oído a las mínimas diferencias en los sonidos producidos por las increíblemente precisas modificaciones de los canales de emisión fónica. Ignacio Martínez había dado con una clave para estudiar la filogénesis del lenguaje: analizar las adaptaciones del oído que debieron ir acompasadas con las adaptaciones del tracto vocal, tan difíciles de estudiar en los fósiles. 

"Ser cíborg produce melancolía. Los que se exilian ya no están allí, pero tampoco acaban de habitar el lugar a donde han llegado. Están entre el pasado y el futuro." 

Otros simios como los chimpancés no necesitan esta extraña adaptación. Viven en bosques profundos donde lo más importante son los ruidos cercanos, que se producen en frecuencias bajas. El audiograma de los chimpancés se parece extraordinariamente al de la hipoacusia humana. Al mío, vaya. Así descubrí mi afinidad profunda con los simios. No sólo por la sordera a los sonidos agudos sino por las mismas costumbres en las mutuas selvas. Fui descubriendo que en las selvas urbanas, en las cafeterías, bodas, fiestas en general, actuaba con la estrategia de gorilas y chimpancés. ASÍ DESCUBRÍ MI AFINIDAD PROFUNDA CON LOS SIMIOS. EN LAS SELVAS URBANAS, EN LAS CAFETERÍAS, BODAS, FIESTAS EN GENERAL, ACTUABA CON LA ESTRATEGIA DE GORILAS Y CHIMPANCÉS. Sólo reaccionaba a los ruidos bajos cercanos: movimientos de sillas, eructos, gruñidos, cualquier signo que me indicase modificaciones corporales de los simios vecinos y que reclamasen mi atención o alguna reacción por mi parte. Por supuesto, también reaccionaba al lenguaje. Pero lo hacía, lo hago, como un chimpancé: capto el ruido, capto el lenguaje no verbal (soy un experto en sintonía emocional) pero me es ajena la gran mayoría del contenido. Como simios y perros reacciono con prontitud a las mínimas variaciones del tono y a las manifestaciones emocionales. Pero los significados los suspendo hasta que tras un largo procesamiento puedo conjeturar qué rayos estará diciendo el tipo de al lado. Sobrevivo desde hace años en las selvas urbanas con estrategias animales: me escondo durante el día, me aproximo a los alimentos con circunspección y cuidado, me irrito ante cualquier sonido que indique compañía no deseada y lo hago saber con algún ruido o mueca facial, estoy atento a las caras, a los movimientos de la boca que me indican que algo deben estar diciendo, coordino tácticas de sumisión con reacciones de amenaza, como los gorilas prefiero la soledad y como los chimpancés me acomodo a las caricias, los acicalamientos y almohazamientos mutuos. Mi conversación perfecta se parece a la que Marlon Brando y Maria Schneider sostienen en El último tango en París: susurros, gruñidos, refunfuños, aullidos, hocicos.  

De vez en cuando me coloco los audífonos para entrar en la selva del discurso. Es un territorio extraño en donde los cíborgs nos movemos con intranquilas trayectorias. Nunca sabes si te han llamado “gordo” o “sordo”, o quizá peor, “tordo”. Nunca sabes del todo lo que ocurre. Aquí abandonas tu estrategia de simio y te mueves como explorador. Te identificas mucho con las mujeres, que tienen sus propios problemas en la selva del lenguaje. Cuando hablan entre ellas, oyen todas de maravilla, no tienen problemas de semántica, pero cuando el grupo incluye machos, machos alfa mayormente, activan su modo de alerta y combinan los largos silencios con monosílabos o frases cortas. Las entiendo perfectamente. Una frase inoportuna puede ser fatal. Acostumbrado a la prosodia, el moverte en la semántica llena tu cerebro de información que no te da tiempo a procesar. Hablas como los políticos ante los periodistas, con espasmos, atropellos y atrabancamientos. Sólo te relajas cuando llegas a casa y tiras los audífonos en su cajita. Se hace entonces el silencio de la selva de los simios donde sólo se perciben los roces de los cuerpos.  

He estado meditando mucho sobre mi condición. Sé que hay muchos que la comparten y estoy pensando en sugerir la creación de nuevos zoos donde nos dejen descansar. No importa que nos observen antropólogos o especialistas en estudios culturales de frontera. Lo esencial es que no molesten hablando y preguntando. Una nueva especie de simios con sus propias razas: sordomudos, sordos, semisordos… Podríamos salir del zoo cuando quisiéramos, claro. La verdad es que en los supermercados no importa nada tu oído. No entender las ofertas te ayuda incluso a concentrarte. Tampoco en las bibliotecas. Y en los cines en versión original estás en igualdad de condiciones. Así que lo único que necesitamos es que nos dejen crear nuestra propia sociedad. 

 FERNANDO BRONCANO 

Hace once años apareció una molestia a los sonidos del entorno, que se
llama hipoacusia, junto con acúfenos, sonidos que empecé a escuchar
sin que el otro los perciba. Desconocía este síntoma y decido buscar
información para aprender a manejarlo.
Acepto lo que me pasa, mi audiometrista me dice que es mejor
afrontarlo y adaptarme para hacer que los oídos vuelvan a captar los
sonidos con la nueva situación.
En el año 2012 después de hacer una terapia auditiva tengo la
capacidad resiliente de comenzar a tolerar los sonidos ambientales sin
protección.
En esa época encuentro el grupo de ayuda mutua donde hay personas
con discapacidad auditiva postlocutiva, donde acudo a las reuniones y
me ayudan un poco.
Me adapto a mi sensibilidad auditiva de forma progresiva. Siento cómo
los sonidos entran en mí de una forma aumentada con el dolor que me
produce.
En esa época cuando estoy intentando normalizar la escucha de
sonidos, un suceso familiar aparece en mi vida, la muerte de mi padre,
tengo una recaída y entro en shock emocional.
Con este estado trabajo el duelo de mi padre integrándome en los
sonidos y manejo la recaída que tengo por su muerte.

Fui capaz de manejar la situación con resiliencia. Busco ayuda,
encuentro la parte emocional para mejorar la situación. Crezco
interiormente dándome cuenta que con mi persistencia, tenacidad y
autoeficacia vuelvo a afrontar los sonidos transformando
mis pensamientos, creencias, emociones y sentimientos.
En el 2018 encuentro que hay un diploma de especialista en
Audiologia y decido formarme para seguir creciendo, conozco e
investigo sobre diferentes trastornos auditivos reinventándome de
forma profesional.

La tecnología audioprotésica y los apoyos o complementos que hoy podemos utilizar para mejorar nuestra accesibilidad a la comprensión del lenguaje y por tanto a mejorar nuestra vida personal y social,  es una realidad. Pero, sin embargo, todavía encontramos de manera particular, problemas de compatibilidad y de acceso a estos apoyos.

Rubén Puertas, de GAES marca Auditrón, responderá a nuestras dudas sobre lo que hoy disponemos en el mercado, de lo que necesitamos, de lo que nos conviene, de lo que cuestan, de las compatibilidades con nuestros audífonos..etc.  

Con Begoña Martín, especialista en Audiología por la USAL y Coaching emocional, descubriremos cómo influyen las emociones en el cuerpo a partir de los pensamientos y aprenderemos  a entrenar nuestra  mente para cambiarlos;  y por último a través de actividades concretas, buscará la manera  de que expresemos cómo nos  sentimos, bien  a través de la escritura, o verbalmente. A partir del mes de septiembre

TALLER-DE-Aprende-a-relacionarte-con-tu-pérdida-auditiva-y-lo-que-sientes-22-1Descarga

En la Labio-lectura es necesario percibir lo que puede ser visto, interpretar lo que se ha visto y completar lo que no se ha visto”. (Jorge Perelló )

“El dominio del lenguaje oral facilita y mejora la LLF, pero la LLF por sí sola no mejora el desarrollo lingüístico. Sólo se puede ver en los labios lo que de antemano se conoce”, “...por eso juegan un papel decisivo las inferencias, las deducciones y la suplencia mental, pero la calidad y eficacia de estos procesos dependen del desarrollo cognitivo-lingüístico del sujeto”. (Torres Monreal y Sánchez Rodríguez)

Margarita San Julián, Logopeda por la UPSA y Psicóloga por la USAL, en sesiones semanales, trabajará desde un modelo multidimensional de intervención en lectura labial que incorpora los procesos sensoriales, perceptivos, cognitivos y linguísticos, comunicativos y sociales. En estas sesiones se realizarán actividades especificas de atención, percepción, memoria, etc.  .. auditivas y visuales y de manera integrativa.

A partir del mes de septiembre

TALLER-LLF-COMUNICACION22-1Descarga

Mi historia con la Hipoacusia Neuronal Postlocutiva, empieza cuando voy a cumplir los 9 años de edad, este año cumplo 80. Es una larga historia de amor tratando de buscar soluciones y desencuentros tratando de seguir adelante con mi vida, sin traumas y a veces olvidándome un poco de mi discapacidad.

Como os he dicho empezó a los 9 años con una Meningitis Meningococica, me tuvo enfermo un año. Gracias a Dios, a las atenciones de Dr. Guillermo Arce Catedrático de Medicina de la Universidad y su equipo de estudiantes de posgrado, que diariamente se desplazaban algunos a mi domicilio a inyectarse en la columna vertebral un vial de Streptomicina (entonces se conseguía de estraperlo), no llegaba a España más que por ese medio. Pues gracias a todo esto y a los cuidados de la familia, pues sigo con vosotros. La Streptomicina dejaba secuelas, de visión, auditivas etc., y a mí me dejó la auditiva. Terminé mis estudios, ya que en un principio fue muy suave la discapacidad. Y me coloqué en una Empresa como Agente Técnico Comercial.

A partir de los 40 años comencé a notar que perdía la audición de muchos vocablos, que sin ningún problema, les pedía a las personas que me las repitieran. A partir de los 50 años, ya tuve que colocarme un audífono en el oído izquierdo, para poder seguir manejándome, ya que comenzó tratándome primero el Dr. Beltrán y posteriormente el Dr. Benito, este último me dio ya un informe con la pérdida auditiva, cercana en ambos oídos al 80% de pérdida y que solo con medios de prótesis auxiliares (audífonos) podría ayudarme. Me concedió la Junta de CyL una discapacidad del 36% y me tuve que poner los audífonos en los dos oídos, cuando ya tenía 60 años. A partir de ahí, me prejubilaron, me matriculé en la Experiencia y tuve la suerte de conocer SADAP, grupo de ayuda mutua a las personas postlocutivas y a su directora la Dra. Carmela Velasco profesora de Logopedia, que bajo su supervisión y la ayuda de los compañeros de grupo, realice varios cursos de lenguaje labial, de signos y inclusive de psicología.

Actualmente, sigo realizando el de lenguaje labial con la Dra. Amalia, las profesoras Soraya y Gema y el grupo de logopedas(Sara, Elena, Ana y Carmen). Les doy a todas estas personas que me ayudan con mi discapacidad, mis más expresivas gracias por su ayuda de casi 20 años en que llevo ya casi al lado de algunos de ellos, aunque por mis patologías no me permitan asistir actualmente a sus actos.

Yo, un jubilado, con bastantes años a la espalda, voy a contar en primera persona, porque la experiencia es personal y solo mía, cómo he llevado y sigo llevando lo que para mí es un tormento, la pérdida auditiva. Desde mis tiempos de estudiante universitario, y sin yo saber la causa, ya me veía forzado a preguntar, de forma reiterada, a mí, compañero de turno, por lo dicho por el profesor. Atribuía a falta de atención a lo que era debido a pérdida auditiva. No fui muy sagaz. Por suerte, el ejercicio profesional que me permitió posteriormente ganarme la vida no exigía de oído fino, aunque en las relaciones sociales ya empecé a sospechar, sin tener certeza absoluta de; Que no oía bien.

Hasta que la evidencia se impuso y vino la recomendación por parte del entorno cercano de la necesidad de que me pusiera audífonos. Y si bien, es cierto, que estos aparatos ayudan a la audición, mi primera experiencia con ellos no pudo ser más decepcionante y es que las maravillas que me contaban sobre ellos difícilmente podían verse avaladas por la realidad. Terminé perdiéndolos y me alegré. Así que como, se me cierran muchas puertas como; La entrada a teatros, conferencias, clases y talleres, trato de que se abran otras, leo más, hago pasatiempos voy a practicar natación y procuro asistir siempre a las actividades y talleres, que organiza nuestra Asociación SADAP y que tiene en cuenta nuestra pérdida auditiva. Por otra parte, procuro inventar estrategias para no perder el contacto total con la gente, como por ejemplo, bajarme apps del móvil que traducen la voz a texto, que en determinadas condiciones pueden ayudar al entendimiento.

O cuando tengo algún encuentro casual en la calle procuro adelantarme en la conversación para elegir el tema, para después despedirme antes de lo que me hubiera gustado, pues muchas veces simulo entender lo que en realidad no he captado y siempre temo que entre la conversación se me haga una pregunta y como única respuesta mía sea la de permanecer callado. Pienso que en mi caso al ser una pérdida neurosensorial los audífonos son menos útiles que en otras, debido al deterioro del nervio auditivo y la imposibilidad de éste de transmitir al cerebro lo que el oído escucha. Así, que no queda más remedio que esperar a que la técnica, que ha demostrado no tener límites, nos brinde una utilidad en que los pensamientos no se transmitan por la voz vía oído. Ya existen experimentos que trabajan en este sentido. Que vosotros y yo lo veamos.

Tengo una hipoacusia neurosensorial profunda bilateral. Me detectaron la pérdida más o menos a los 3 años. Durante ese tiempo pensaban que no era normal. Me dicen que probablemente fue por tomar penicilina. No recuerdo nada de esa época. No me pusieron audífonos porque en aquella época no había ni recursos ni medios para ello. Si, que fui a una profesora que me enseño a leer, a leer los labios y a articular bien. Fui al colegio normal hasta 4 de bachiller. Si recuerdo que tenía que saber de memoria todo lo que ponía en el libro porque las explicaciones de la profesora no las entendía. Mi única ayuda fue esta profesora con la que aprendí. Hasta los 12 años no me pusieron audífonos que se me rompieron y no pude ponerme otros hasta los 18 años. Cuando termine 4º de bachiller las monjas no me dejaron seguir estudiando cuando yo sí quería.

Eso sí lo recuerdo con dolor. Nadie en mi familia tenía conocimiento de la sordera y todos mis compañeros eran oyentes. Pero en algún momento conecté con la asociación de sordos donde aprendí lengua de signos e hice algunos amigos sordos. Recuerdo, que notaba que perdía lenguaje y hablaba peor y me distancié de la lengua de signos. Tuve la suerte de tener unas buenas amigas oyentes que me hicieron sentir normal Empecé a trabajar a los 25 años hasta ahora que me he jubilado. Pude aprobar oposiciones para mejorar mi puesto de trabajo con gran esfuerzo, pero durante este tiempo no recibí ningún apoyo, ni de la administración, ni de los compañeros No me adaptaron el puesto de trabajo, ni me facilitaron un puesto de trabajo adaptado a mis circunstancias. Sufrí mucho, tuve que realizar el doble de esfuerzo que cualquiera haría para realizar mi trabajo, en muchas ocasiones de cara al público. He sentido más rechazo en mi trabajo que en mi vida social y familiar, he escuchado cosas como: ¨Hablas como una niña pequeña¨, ¨No te enteras¨.

He sentido el menosprecio, la descalificación de mi valía profesional. Y mi respuesta era trabajar y esforzarme muchísimo para demostrar que podía con el trabajo que me asignaban Los audífonos han sido una ayuda, pero las dificultades económicas solo me permitían tener un solo audífono y eso fue un obstáculo para mejorar en el habla y en el lenguaje. Actualmente, me acabo de poner un implante coclear y el acceso a los sonidos del ambiente ha mejorado mucho, pero sigo con muchas dificultades para entender el lenguaje. Necesito estar en contacto con personas con las que poder hablar, socializar, comunicar y pertenecer a una asociación como Sadap y participar en actividades me produce una gran felicidad.

Mi experiencia personal: Yo comencé a perder audición y a padecer los acúfenos aproximadamente los 46 años, como consecuencia de medicamentos muy fuertes para tratarme un problema visual. Primero en un oído de forma rápida, me compré un audífono, después fui perdiendo del otro oído y tuve que comprar un segundo audífono, pero como aumentaba la pérdida de audición en los dos oídos y los audífonos que tenía graduados al máximo ya no me servían para oír, tuve que comprar otros dos audífonos mejores y más modernos que me ayudaron a oír y sobre todo a entender. Mi entorno y mi vida diaria fue cambiando según perdía audición y tuve que ir adaptando mi casa a mis necesidades auditivas: teléfonos, despertador, televisión, auriculares, adaptadores en el timbre de casa, actualmente estoy buscando una solución para poder entender cuando estoy en la cocina con mi familia, el azulejo hace que me pierda en las conversaciones, posiblemente tendré que utilizar un bucle magnético.

En el entorno familiar y social voy a enumerar situaciones que fueron apareciendo:
- Necesitaba que me repitieran las palabras o frases cuando me hablaban.
- No respondía cuando alguien me hablaba.
- Me costaba seguir conversaciones cuando hay varias personas hablando a la vez o mucho ruido.
- No percibía sonidos agudos como el teléfono o el timbre.
- Se hacía cada vez más difícil comunicarme por teléfono, oír la televisión.
- No sabes de donde provienen los sonidos, si me hablaban por detrás no lo oía.
- Aparece la frase “oigo, pero no entiendo”, “no grites” …
- Tenemos la mala costumbre de hablarnos en casa estando en distintas habitaciones, si en la misma no te enteras, a distancia menos y lo sustituimos chillando que no sirve de nada.
- Aumenta el mal humor, te enfadas con el mundo en general y contigo misma en particular…

En el entorno laboral: La pérdida progresiva de audición empezó a influir en mi trabajo, siempre encuentras dificultades para que te adapten incluso el teléfono, que tiene una solución muy sencilla. En mi trabajo la audición era muy importante para desempeñarlo adecuadamente, motivo por el cual me dieron la incapacidad permanente total para mi trabajo habitual, también influyó el tener una deficiencia visual grave en un ojo. Llegué a pasar momentos de tanta angustia y estrés que entendí que no podía poner en riesgo directamente a personas que dependían de mí, y fue duro asumir que mi vocación profesional terminaba relativamente joven.

En bares, restaurantes, reuniones familiares… Me esforzaba por entender lo que se hablaba, pero cada vez era más y más difícil, te cansas de pedir que te repitan las cosas porque no oyes, da rabia ver que los demás se ríen y tú no has oído el chiste o lo que ha provocado las risas, intentas seguir una conversación intentando unir las palabras sueltas que oyes y al final te das cuenta de que te has perdido o incluso en tu cabeza te inventas palabras para sustituir a las que faltan, total que te quedas sin interaccionar o respondes con algo que no tiene que ver con lo que se está hablando. Llega a ser estresante, te sientes excluida, sola y llegas a estar deprimida. Empecé a aislarme de las conversaciones y acabé aislándome de parte de mi entorno. Cines, teatros, auditorios, museos… simplemente dejé de ir, en el cine el sonido es alto, pero por ello no se entiende mejor, al contrario, la música en general tiene sonidos que se amplifican con los audífonos llagando a ser muy molesto, y si ponen música de fondo no se entiende a los actores. Parecido pasa en el teatro, tengo que buscar un lugar cercano para intentar oír a los actores y mirar si es posible sus labios, lenguaje corporal… Los conciertos directamente no voy, no solamente la música alta sino el ruido que se genera alrededor del evento hace que no escuche bien ni la canción ni la melodía. En los museos, por ejemplo, suelo coger una persona guía y ponerme a su lado informándole de mi problema auditivo, pero cuando he intentado coger cascos el volumen es insuficiente o las audioguías no son compatibles con los audífonos. En salas de espera de hospitales, centro de salud, consultas… llaman directamente al paciente o utilizan megafonía con el ruido que hay en esos lugares y la mala megafonía no me entero cuando me llaman y me crea ansiedad y nerviosismo por si se me pasa el turno, hay que estar preguntando todas las veces que han dicho o tienes que ir acompañada.

Hay situaciones como ir a preguntar algo a un departamento oficial, al médico… donde te hablan bajo y le dices que por favor que llevas audífonos, que oyes mal y que levanten el tono de voz, y lo que me ha ocurrido es que hay personas que me hacen caso, pero que al poco se les olvida y vuelven a hablar bajo, o que ignoran lo que les dices y siguen sin modificar su voz. En las estaciones de tren, autobuses, aeropuertos pasa lo mismo no entiendo lo que dicen por megafonía, tengo que estar muy, muy atenta si hay pantallas electrónicas, estar preguntando continuamente o ir acompañada. Otra situación que he vivido ha sido ir a la playa, piscina o spas, lógicamente no puedes utilizar los audífonos, no se pueden mojar y hay que ponerse tapones si eres propensa a infecciones, ves como tu entorno se comunica, se ríe, disfruta y me vuelvo a aislar. Llegó un momento donde la audición era tan poca que me planteé aprender el lenguaje de signos, pero implica que las personas de tu entorno lo conozcan y ahí es donde está el problema, el lenguaje de signos generalmente se emplea en el entorno de personas sordas, pero la sociedad no lo practica ni lo entiende y llegué a la conclusión que no era una solución en mi caso. Me decidí a aprender y practicar la técnica de la lectura labial, reconozco que necesito ir a sesiones y practicar mucho más esta técnica, no soy capaz de seguir una conversación, pero me ha ayudado mucho y ya inconscientemente miro a los labios de los demás porque me ayuda a comprender palabras fijándome en el movimiento de sus labios. Con esta técnica nos encontramos barreras que inconscientemente las personas realizamos sin darnos cuenta, como hablar con la mano delante de la boca, mirando a otro lado, mala pronunciación o exageración en la pronunciación… pero nos tendremos que ir concienciando a nosotros mismos y a los demás para eliminar esas dificultades.

También comencé a practicar viendo las películas y series subtituladas, resulta difícil al principio, pero se puede ir mejorando, lo negativo es que a veces va tan rápido que no da tiempo a leer todo. Los efectos negativos que he apreciado en mi persona es alteración de la conducta y del sueño, angustia, tristeza, incomprensión, depresión, disminución de la actividad social, problemas de comunicación, no disfrutar de la familia y amigos y disminución de relaciones sociales. Quien me conoce puede pensar que soy fuerte y supero las dificultades, cuando me ven es porque no lo exteriorizo, pero la realidad es que todas las emociones, desilusiones, angustias, soledad, depresión… Están ahí, cuando me siento optimista lucho por adaptarme al entorno y adaptar el entorno a mi discapacidad, pero cuando me apodera el pesimismo, me aíslo en mi mundo, en mi casa, en mi persona; con ello me hago daño y hago daño a las personas que me quieren. Mi mayor pregunta es ¿por qué actualmente vivimos en un entorno que nos dificulta la vida diaria, cuando es fácil y económicamente posible adaptar nuestro entorno para que consigamos independencia e igualdad? Para las personas con deficiencia auditiva en mayor o menor grado necesitamos de prótesis auditivas fundamentalmente AUDIFONOS o IMPLANTES COCLEARES, aquí comienza el mayor de los problemas, hay mucha clase de audífonos, pero los buenos baratos no son, por tanto, hay personas que no se los compran. No hay subvenciones o si las hay llegan a una mínima parte de personas con hipoacusia. El dinero que llevo gastado es elevado y yo he podido (claro priorizando oír, ante otras cosas a las que hay que renunciar) pero es una pena pensar que por dinero hay personas que no oyen

Tengo 67 años y con los años estoy perdiendo audición. Tengo lo que se llama una Presbiacusia (Pérdida progresiva y simétrica de la agudeza auditiva, que ocurre con el paso de los años). Aunque esta pérdida se ha ido produciendo de manera lenta, sigue su curso produciéndome problemas de comprensión del lenguaje, sobre todo en situaciones de ruido ambiental o cuando las personas hablan a la vez o cuando no articulan bien. Es frecuente que cuando asisto a actos culturales, conferencias, clases, cine, teatro, asambleas, reuniones, etc., sufro con gran incomodidad por mi parte, una distorsión importante en la escucha. A veces los espacios, clases, aulas, teatros, auditorios, despachos, etc. tienen una gran reverberación y el sonido de las palabras se convierte en molestia, no solo auditiva, sino personal. Esto me enfada mucho a la vez que me entristece. A veces abandono mentalmente el lugar, perdiendo todo interés por lo que allí sucede. Otras veces siento una gran presión en mi cabeza por el esfuerzo tan grande que tengo que hacer para mantener la atención y el resultado también es el abandono del interés.

A veces puedo cambiar de posición en el sitio en que me encuentro y otras puedo advertir a los oradores que me faciliten la escucha, pero eso normalmente no sucede. Mi acceso a los sonidos del lenguaje, sobre todo los sonidos agudos (mi pérdida auditiva mayor se produce en los sonidos agudos), comienza a distorsionarse confundiendo las palabras. Voy aprendiendo que el contexto donde se producen las conversaciones a veces me ayuda a reconducir la conversación, pero otras no es posible De momento, no tengo audífonos, pero sé que en algún momento me los pondré. Soy una persona sociable y curiosa y no quiero abandonar todo aquello con lo que disfruto… Conciertos, teatros, conversaciones con amigos, clases, conferencias… Etc.

Tengo también acúfenos (o sonidos internos que me produce mi propio oído) pero sé que he de convivir con ellos (según me han dicho). En ocasiones pueden resultarme molestos, pero procuro no pensar en ellos. A la orilla del mar no los escucho y eso me produce un gran relax. Actualmente, con el uso de las mascarillas todo es más difícil y siento que la tolerancia y la solidaridad del mundo que nos rodea hacia las dificultades que tenemos por las perdidas auditivas, se está perdiendo vulnerando nuestros derechos. Tendremos nosotros que reconducirlas para recuperar nuestro derecho a escuchar y comprender.

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